Escrito originalmente en inglés por English, traducción al español por OGMA Language Studio.
Esta es la tercera historia de una serie de cuatro artículos que analiza el desarrollo de la campaña de deportación masiva del presidente Donald Trump en el estado de Green Mountain. Lea la primera y la segunda historia aquí.
You can read the English version here.
Los sonidos de las explosiones invaden la sala de estar de un pequeño apartamento en Burlington, donde Alex, su esposa y su hijo de 10 años están viendo la televisión.
Grabado un par de días antes, el video muestra escenas de la violencia que ha estallado en Otovalo, Ecuador, la ciudad natal de la familia.
“Este era un vecino al que le dispararon y murió”, explicó Alex, asistido por un intérprete. “Aquí se aprecia la herida de bala”.
La población indígena ecuatoriana lidera una protesta nacional contra el aumento de los precios del combustible y la persecución gubernamental. En respuesta, el presidente de Ecuador ha desplegado al ejército en ciudades como Otavalo, una medida que ha sido condenada por grupos humanitarios internacionales debido al uso de fuerza excesiva contra manifestantes pacíficos.
Con lágrimas corriendo por sus rostros, Alex abraza a su hijo y a su esposa. Ellos conocen a las personas que corren a refugiarse en esas calles. Alex muestra entonces una fotografía de su hermana, una enfermera, atendiendo a los manifestantes heridos.
“El gobierno está atacando deliberadamente a los indígenas, está maltratando sistemáticamente a la gente”, denunció Alex. “Hay una enorme discriminación”.
Mientras que algunos inmigrantes llegan a Estados Unidos en busca de oportunidades económicas, para otros, la decisión de mudarse aquí es una cuestión de vida o muerte.
El año pasado, más de 800,000 personas solicitaron asilo en Estados Unidos. Sin embargo, los recientes cambios en la política federal de inmigración han hecho que el camino hacia la residencia legal permanente sea más difícil para personas como Alex y su familia.
El temor a su propio gobierno no fue la única razón por la que ellos vinieron a Estados Unidos. Alex también fue atacado por miembros de una organización criminal local. Una cicatriz en el lado derecho de su cuello es el recordatorio permanente de esa experiencia.
“Fui amenazado, golpeado, torturado”, relató Alex a Vermont Public, quien no utiliza su apellido porque su estatus migratorio lo pone en riesgo de deportación. “La pandilla me hizo exigencias y me dejó claro que, si no hacía lo que querían, me matarían. Que matarían a mi familia, lo que más amo”.
Como resultado, en 2023, Alex y su familia decidieron emprender un viaje de 2,400 millas hasta la frontera entre Estados Unidos y México. Partieron con poco más que la ropa que llevaban puesta y recorrieron grandes tramos principalmente a pie. La travesía les tomó 30 días.
“Sentimos un gran alivio cuando vimos a los agentes estadounidenses porque sabíamos que lo habíamos logrado”, dijo Alex. “No sabíamos qué íbamos a hacer, a qué ciudad iríamos, dónde trabajaríamos o qué haríamos. Simplemente llegamos aquí con fe y el sueño de que íbamos a poder encontrar un futuro mejor”.
Pasaron varios días en un centro de detención de inmigrantes en Texas antes de que su solicitud para iniciar el proceso de asilo fuera aprobada. Esto les permitía vivir y trabajar legalmente en Estados Unidos, siempre y cuando se presentaran periódicamente ante el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés).
La familia comenzó su nueva vida en Brooklyn, donde Alex encontró trabajo rápidamente como cocinero. Sin embargo, poco después de que el presidente Donald Trump comenzara su segundo mandato, empezaron a circular rumores de otros solicitantes de asilo, incluidos miembros de su propia comunidad indígena, que estaban siendo arrestados, detenidos y posteriormente deportados tras presentarse a sus citas programadas con ICE.
Dara Lind, investigadora principal del American Immigration Council, señala que el camino hacia el asilo ya se había vuelto más difícil bajo la presidencia de Joe Biden, y que los cambios en la política federal de los últimos nueve meses lo han hecho aún más complicado.
“Cuando la administración Trump asumió el cargo, revocó todo lo que decía que los oficiales de ICE debían ejercer discreción, que debían basar sus actividades en las personas con mayor probabilidad de ser una amenaza para la seguridad pública o la seguridad nacional”, explicó Lind. “Se deshicieron de todo eso y dijeron: ‘No, lo importante es aumentar las cifras’”.
Lind señala que existe un enorme retraso de casos de asilo pendientes en los tribunales de inmigración de todo el país. En lugar de reforzar los recursos necesarios para resolverlos, la administración Trump ha intentado que se desestimen esos casos para eludir las protecciones legales contra la deportación.
“Si la administración Trump realmente quiere deportar a un millón de personas al año, tiene que tener en cuenta que muchas de esas personas se encuentran actualmente en estas filas, y que estas filas no avanzan muy rápido”, argumentó Lind. “Y su respuesta a eso ha sido decir: ‘¿A cuántos de ellos podemos sacar de la fila?’”.
Alex y su esposa decidieron que debían dejar Nueva York en busca de un lugar más seguro. Él había visto fotos de Vermont en anuncios turísticos en el subway, y esto lo inspiró.
“Pensé que era un lugar precioso y eso despertó en mí el deseo de venir aquí”, dijo.
En junio, volvieron a dejar su hogar y se mudaron a Burlington.
Alex afirmó sentirse más seguro ahí. Encontró trabajo como cocinero en el servicio de comedor de una institución local y en la cocina de una gran cadena de restaurantes. Su hijo asiste a la escuela secundaria Edmunds. Su familia también se sorprendió al descubrir que otros miembros de la comunidad indígena ecuatoriana vivían en Vermont, cuatro de ellos con quienes ahora comparte un apartamento.
Pero la incertidumbre persiste en sus vidas aquí, quizás ahora más que nunca. Tras el tiroteo de dos soldados de la Guardia Nacional de West Virginia por un inmigrante afgano, Trump anunció, a finales de noviembre, una suspensión de todas las solicitudes de asilo.
“Estoy atrapado en medio de un juego sobre el que no tengo control”, dijo Alex. “No puedo decidir si me quedo aquí o no. Eso es algo que decide el gobierno”.
Después de observar lo que les está sucediendo a inmigrantes como él en todo Estados Unidos durante los últimos nueve meses, Alex confesó que su fe se ha tambaleado.
“Dejamos un país donde éramos perseguidos. Incluso al salir a la calle o de casa, arriesgabas la vida”, relató. Además, añadió que, aunque Estados Unidos ha sido un refugio para su familia, ha aprendido que “aquí también existe la persecución”.
Alex explicó que sus antepasados indígenas, los “Kichwa Otavalo”, han estado luchando por recuperar su libertad desde que los conquistadores españoles llegaron a Ecuador hace más de 500 años.
En ese contexto, afirmó que su búsqueda para asegurar la seguridad y la prosperidad de su familia en Vermont se ha convertido en su propia forma de resistencia.
“Hace más de 500 años que nuestras comunidades han sido menospreciadas”, declaró Alex. “Lo único que queremos es poder vivir una vida mejor”. ■